
Bailábamos con Django Reinhardt y tú me contabas tu sueño. De un lugar dónde la gente baila lentos y tiene mas de cuarenta años, y menos de trenta. Dijiste que colgarías del techo tu marioneta, y servirías vino tinto y cervezas belgas. A mi me gustó nuestro reflejo en el cristal, la forma de tu pelo alborotado. Los dos puntitos fluorescentes de Stoemp brillaban desde el otro lado, y yo me reí hacia dentro, de pensar que nuestro cómplice era un gato.
Bailabamos con Djando Reinhardt en la última noche de mi exilio, a causa del volcán islandés.